Diomedes Díaz le tenía miedo a la muerte. “A mí me afectaría más la muerte mía –le dijo a Ernesto McCausland, en una entrevista en 1991–. Eso sí me daría duro porque no sé pa’ ónde voy”. Todos los días pensaba en la muerte. No se quería morir. “Si yo supiera que uno sirve más muerto que vivo yo me moriría hoy, pero yo no sé. No sé”. Le preocupaba la posibilidad de no saber para dónde se iría. Por eso no quería morir ni de viejo. En el momento que habló con McCausland, dijo que esperaba que la ciencia hubiera avanzado mucho para cuando él envejeciera.
Exclusivo de KienyKe. Diomedes Díaz le tenía miedo a la muerte. “A mí me afectaría más la muerte mía –le dijo a Ernesto McCausland, en una entrevista en 1991–. Eso sí me daría duro porque no sé pa’ ónde voy”.
Todos los días pensaba en la muerte. No se quería morir. “Si yo supiera que uno sirve más muerto que vivo yo me moriría hoy, pero yo no sé. No sé”. Le preocupaba la posibilidad de no saber para dónde se iría. Por eso no quería morir ni de viejo. En el momento que habló con McCausland, dijo que esperaba que la ciencia hubiera avanzado mucho para cuando él envejeciera.
Sonrió, sin embargo, cuando habló de cómo imaginaba su entierro. Miles de personas. Los ‘pelaos’ vendiendo chicles, otros vendiendo gaseosa. “La viuda con pastillas para que no llore”.
La muerte del Cacique
Técnicamente la vejez empieza a los 60 años. Diomedes no llegó hasta allá porque murió de un paro cardiorrespiratorio el 22 de diciembre de 2013. Como era una de sus costumbres desde que daba conciertos en las noches, solía dormir durante el día. Por eso a nadie le extraño que no saliera de su habitación. En varias oportunidades tocaron la puerta sin obtener respuesta.
A las 5 de la tarde, un niño de 10 años, sobrino de Diomedes entró por una ventana de la habitación para que abriera la puerta desde adentro. Cuando pasaron, encontraron al Cacique muerto. El informe forense reveló que Díaz había muerto tres horas antes.
El entierro que soñó
En la Costa Caribe existe la costumbre de que, cuando muere una persona y no hay dolientes, se le paga a una mujer para que llore al difunto. Con Diomedes no hizo falta porque miles de personas llenaron las calles de Valledupar, llorando al hombre que les regaló su música por más de 30 años.
No era de extrañar que toda la ‘fanaticada’ del Cacique saliera a despedirlo. Seguramente él mismo, que sabía el tamaño de su fama, esperaba un funeral apoteósico, concurrido, como el que efectivamente tuvo. En un carro de bomberos llevaron su cuerpo por toda la ciudad, seguido por miles de dolientes, que llegaron luego a la Plaza Alfonso López, donde estuvo en cámara ardiente por tres días.
El 25 de diciembre, un número aún mayor de fanáticos llegó para acompañar la caravana hasta el cementerio Santo Ecce Homo. La policía se vio corta para contener la multitud que iba, lentamente, cantando, llorando, bebiendo, al lado del carro de bomberos en el que iba el féretro.
La tumba de Diomedes
Todos en la ciudad saben cómo hallar la tumba. Apenas entrar al cementerio es fácil identificar el lugar preciso: el camino es guiado por un pequeño grupo de vendedores de cintas negras con el rostro del cantante, impreso. A lo lejos se ve una pequeña multitud que es escoltada por un carro de policía y cerca de diez uniformados.
Los restos del ‘Cacique de La Junta’ reposan junto a los de su padre. Tiene una gran placa conmemorativa y una foto que parece detener en el tiempo la imagen del que es considerado por muchos, el más grandes del género. En la lápida reza el siguiente epitafio:
“Para mi fanaticada
el día que se acabe mi vida
le dejo mi canto y mi fama”.
Diomedes Díaz
Letra misma de la canción “Muchas Gracias”, que lanzó en el año de 1996, cuando su popularidad estaba en su esplendor, y que se convirtió en el verso con el que muchos recuerdan al Cacique, el genio de la música vallenata.
El clima y el inclemente sol de Valledupar hacen que el pasto en la mayor parte del lugar sea seco y de un tono amarillo, como si estuviera quemado. Así son todas las tumbas, menos la de Diomedes; la única que cuenta con grama sintética de un verde vivo y adornos florales de gran tamaño.
Justo detrás descansa Martín Elías. Su lápida es mucho más modesta y no tiene epitafio. De hecho, como cuentan los trabajadores del lugar, fue improvisada porque “¿quién se iba a imaginar que un muchacho tan joven y talentoso iba a morir de la forma que lo hizo?”.
De: KIENYKE